Las palomas también saben de la crisis. Su alimentación vespertina cada vez se hace más compleja y, algunas salen imperiosamente de su entorno
Las veo y contemplo sus movimientos delante de mis pasos, por Pablo Rada, también subidas entre los huecos y quicios de los edificios, donde anidan. Se ofrecen a la vista para no perder su protagonismo, ni su presencia. Atienden solícitas al requerimiento de la joven prostituta que se baja del coche en el paseo de las palmeras, y huyen despavoridas de unos mozalbetes que se las esconden en los sobacos cuando las capturan. Las veo en mi andadura, cuando atravieso la Plaza de las Monjas, para ir a la redacción del periódico, suele ser uno de sus lugares preferidos de siempre, entre juegos y correrías de niños, tras ellas; entre migajones de pan de los mayores.
Las palomas también saben de la crisis. Su alimentación vespertina cada vez se hace más compleja y, algunas salen imperiosamente de su entorno. Ponen bajo nuestro cielo salinero, el ancestral y esférico vuelo de su símbolo de paz. Se hacen menos vistosas, ocultan su blancura como a la espera de su turno. Van y vienen de palmera en palmera en vuelos remansados. Engullen menos pipas de girasol y calabaza, también menos altramuces, no alcanzan a ver el séptimo día tan esperado por todos. Es cuando iban más gentes a los jardines del Muelle, cuando sus vuelos sintonizan aleteos de pureza y concordia.
Cuando el sol se pierde por encima de la ría, en vigilia absoluta se ocultan entre las ramas de las palmeras. Es cuando la bóveda queda quieta y pierde nuestro binomio de blanco y azul. Y es que, el vuelo de las palomas, su presencia andante por nuestras calles, siempre parecen transmitirnos algo, en sus vuelos aritméticos bajo los cielos de nuestra ciudad. Entretienen con su hambre a los niños, y engendran bajo los aires las más bellas y libres de las palabras, mientras los menos hacen la vista gorda. Les está costando preconizar la paz, porque el hemisferio anda revuelto.
Me entero que, desde Despeñaperros para arriba, no recuerdo la localidad, las quieren erradicar, porque el pueblo está superpoblado de las mismas, y dicen que afecta a la convivencia de los vecinos. Tanto es así que parece ser que han soltado cernícalos para que reduzcan su proliferación.
Palomas, presencia grata de disputa del migajón con los gorrioncillos, que cada vez hay menos en Huelva. ¿No lo habéis notado? Palomas ancestrales, que le dais vida y colorido con vuestros vuelos a los amaneceres azul y blanco de Huelva, y que le ofrecéis al paso del viandante la bella sincronía de vuestros movimientos por sólo un migajón de pan.