La crudeza de este invierno propicia los paisajes nevados. Una de las cadenas ofrece a diario imágenes de lugares blanqueados, lugares tanto habituales como excepcionales, pero cubiertos todos por una gruesa capa de nieve. Cuando los veo recuerdo los documentales que solía ver por mandato de la Madre Rodríguez, Fauna, quien preguntaba oportunamente durante la clase siguiente, ya que era nuestra profesora de ciencias naturales. Se me hacía cuesta arriba tener que sacrificar un rato de lectura del domingo para estar frente a la tele. Lo asumía como un deber escolar y la media hora larga de duración pasaba con más trabajo que amenidad. Hoy los rescato porque la casualidad me ha devuelto el comienzo de uno, similar al que aún recuerdo por el examen con que la Madre Rodríguez nos sorprendió. Ignoro cómo lo supo pero nos advirtió del contenido del espacio: los lobos. Imposible olvidar las huellas sobre la nieve, el macho aullando sobre una piedra, recorriendo las montañas, helando el corazón de cuantos lo oían, la manada apareciendo poco a poco y cómo acorralaron al animalillo en aquel bosque blanco. El blanco y negro de entonces suavizó la visión de las manchas de sangre de la presa, los trozos de piel desperdigados, signos de su lucha por sobrevivir. Este clan de la niebla aparece en los documentales cuando nieva, sigilosamente, entre gruñidos y miradas que muerden antes que sus colmillos. El simbolismo del lobo entraña dos aspectos, por una parte es feroz y satánico y por otro benéfico, aunque éste último se le reconozca por tradición en algunos puntos de la geografía, como su relación con la luz por su aguda visión nocturna o la liberación de lagunas enfermedades si sus dientes se cuelgan al cuello. Pero ver sus caras o sus movimientos aunque sean dentro del televisor, imponen tanto respeto como contemplarlos tras las rejas de un zoológico. Se decía que quien era mordido por uno se hacía inmune al dolor, sin embargo la tradición oral pronto hizo de esta creencia una leyenda escalofriante porque el atacado se convertía en hombre lobo. El licántropo era una víctima elegida por el diablo a quien cubría con la piel de este mamífero carnicero, dándole un aspecto fantástico, obligándolo a errar por campos y ciudades dando aullidos que atemorizaban a cuantos les oían. Desde entonces siguen atemorizando aunque actualmente lo hagan desde una película. Recuerdo especialmente una joya dirigida por George Waggner en 1941 titulada "el hombre lobo" con un reparto excelente encabezado por Ralph Bellamy, Claude Rains, Bela Lugosi y Lon Charney jr entre otros. Un gitano convertido en lobo mata a una joven y quien la defiende es arañado por el monstruo poco antes de expirar condenándole a matar poco a poco a aquellos que ama. Una película muy literaria en la que destacó especialmente la atmósfera del bosque sumido en la niebla, un efecto conseguido artificialmente y utilizado por primera vez en una cinta de terror, efecto que entusiasmó a un público ansioso de emociones. Pero lo que realmente impactó fue la transformación, cuya estela recogió cuarenta años después y con las evoluciones de la técnica "un hombre lobo americano en Londres" de John Landis, quien añadió un punto de humor. Y en ambas la esperanza de recuperar la normalidad sin las balas de plata, creyendo en el efecto de la lluvia, ella que todo lo lava, salva también del mal. Dos cintas para ver mañana, porque habrá luna llena.
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