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Una feminista en la cocina

Miedo de quererte

Creíamos que bajo nuestro techo estaban protegidos, pero se nos ha metido el mundo entero en casa viajando dentro de un pequeño dispositivo electrónico

Publicado: 28/11/2023 ·
18:17
· Actualizado: 28/11/2023 · 18:49
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Niños con móviles.

Si quieren saber lo que es el miedo, lean lo del entrenador de futbol de Sevilla, al que quieren condenar a 126 años de cárcel, acusado de múltiples delitos relacionados con menores. Con esta clase de noticias, el miedo a perderles se hace muy real porque a más cercanía digital, solo vemos lobos que se esconden en el bosque. Cuando salen por la puerta de nuestra casa se adentran en un mundo oscuro, en el que los pueden engañar, dañar o incluso matar. Están en él -a la orden del día- las desapariciones, los raptos o las agresiones, pero no solo ellas, sino también el acoso o los intentos de suicidios. Creíamos que bajo nuestro techo estaban protegidos, pero se nos ha metido el mundo entero en casa viajando dentro de un pequeño dispositivo electrónico que nosotros mismos le hemos comprado. Así lo hacía el entrenador de Sevilla, por las redes, pero también aprovechando los informes de los críos de su archivo deportivo. No es el qué en definitiva, sino el quién como en las desigualdades de género que ahora tocan en los institutos por lo del 25 de noviembre. Obligada por ayudar en el reto filosófico a los adolescentes, nos hemos puestos a debatir y hemos llegado a conclusiones tan básicas como que las épocas no influyen, sí en cambio lo que se gestaba en ellas. No creerían nuestros hijos, las vivencias de aquellas a las que vistieron de monjas para su primera comunión cuando después de aquello se modernizó vestir a las niñas de rococó para verle la cara a Dios y ahora de ninfas élficas para lo mismo. No se creerían que nos cogían el culo en los autobuses urbanos con premeditación y sin repercusión ninguna, porque si protestabas el tío se engallaba y la gente le apoyaba. Una vez les conté -ya sacándome el carnet de conducir, de Puerta Tierra a Cádiz- como me monté en un autobús urbano y un lerdo intentó hacer aquello tan manido a una cría, admirándome que el autobús entero se le echase encima hasta desterrarlo en mitad de la Avenida con aplausos generales y abucheos al penco.

Las hemos pasado putas, las niñas que vieron caer al dictador un 20 de noviembre yendo al cole con calcetines marrones y zapatos gorila. No entendíamos de nada porque Internet no estaba inventado y los periódicos eran para los padres y las cocinas para las madres. Ha cambiado tanto todo desde entonces que parecen una fantasía de película en blanco y negro nuestros recuerdos, haciéndome parecer más abuela que madre. Como soy las dos en una -por obra de la parada biológica que hicimos mi marido y yo de más de diez años-hago lo que me da la gana y recelo y me enmierdo en miedo cada vez que mis adolescentes salen por la puerta de entrada de mi casa, no ya por el presente, sino por el futuro ese que a las abuelas nos da resquemores de historias a la lumbre. No se nos olvide que nacimos de tripas de contadora de cuentos, así que sabemos que los demonios andan sueltos, mientras los Ángeles se fugaron por ver demasiadas miserias. Nada es estático ni completo, nada eterno, ni tranquilo, nada absoluto- ni definido- en este universo de Marvel cotidiano en el somos protagonistas de la nada más absurda de nacer para vivir y criar hijos que perdemos en favor de una vida que solo te hace respirar y envejecer a cada segundo. No me quejo, solo susurro a su oído que para eso somos amigos de muchos párrafos y demasiadas líneas.

 

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