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Una feminista en la cocina

El embarque

Embarcados andamos todos en esta vida que ni quiere jinete, ni se doma fácil

Publicado: 08/06/2022 ·
09:02
· Actualizado: 13/06/2022 · 09:47
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Momentos de emoción ante la Virgen del Rocío.

Me imagino que mi amigo Pacheco no hará ya el embarque al Rocío, porque ahora las declaraciones de la renta le compulsan el tiempo. Pero entonces sí lo peregrinaba como Pepe Mesa que iba recolectando euro a euro- para ese día- de los muchos que conseguía con la magnífica tarta imperial que lleva su nombre. Embarcados andamos todos en esta vida que ni quiere jinete, ni se doma fácil porque tiene miles de siglos de historia en este vasto planeta que llamamos Tierra. Mi ranciedad existencial me impide ver las celebraciones como festivas, algo lúdico que llevarse al ánimo porque siempre he sido más de andares cortos cercas del orilla y silla arremolinada a la barbacoa.

No me gustan los gritos, me harto de los cantos, aunque la marisma, el camino y el sufrimiento lo lleve en el tuétano. Es los Toruños mi calvario memorable. Son sus aguas aviadero de aves y piraguas- la de mi hija- que transitan ufanas haya levante, poniente o la madre que los parió a los dos lo que me da la vida cuando me ahogo. Los aires no te dispersan más que los cabellos que blanquean por las raíces porque le tinte de Mercadona dura lo que tarda el tiempo en activarse y las células en desintegrarse, haciéndose la infancia, adolescencia y la madurez en convertirte en un cascajo. Algunas veces creo que ya nací para ser cascajo, cascarrabias y tener mala hostia porque lo llevaba en los genes igual que otros llevan la hermosura o el canto. En mi familia nadie canta, nadie fue cargador, excepto el primo Jorge que juraría lo hace más por estar con sus amigos que por fe ciega. Sí hubo penitencias más que penitentes, matronas más que desvirgadoras del verso y universitarias por delegación de pasiones.

Dándole las ultimas petardadas a la feria del Puerto-en plan recogida nocturna de adolescente varón- nos cruzamos con las carretas solas de gente y de fantasía. Ni cantos, ni risas, ni saludos, porque estaban en hueco como los juguetes expuestos en las vitrinas, sin niños cerca. Hoy ya leo en prensa que se disponen a hacer el Camino, sin mi amigo Pacheco, ni Pepito Mersa que cafetea en el Náutico a la hora de los mayores calores. Ya no lo veo porque no tránsito por esos lares que tanto malestar me dieron. Ahora me embarco a la Torre del Oro como siempre hicieron las naos que venían de las Américas, dejando solo lo mínimo para reliquias en Sanlúcar y el Puerto.

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