El verano portuense se encamina a ser recordado por las circunstancias extraordinarias en las que estamos viviendo este 2020 histórico. A las exigencias de seguridad nada está siendo igual, ya hasta en la playa y en la piscina hay que ataviarse con la mascarilla bajo sanción de no hacerlo.
En esa seguridad impuesta ante el avance del coronavirus, las voces ante la idoneidad de realizar ciertos tipos de eventos o de innovación en el ocio turístico en el que nos vemos envuelto, se abren varias lecturas que también necesitan ser atendidas. Que El Puerto debe rentabilizar su apuesta turística en un verano encorsetado y menguado, es a todas luces loable que se decida a generar cuantas más iniciativas posibles para reactivar una economía en recesión.
Responder a los compromisos municipales son esenciales para que tanto proveedores como asociaciones puedan cobrar lo adeudado. No es menos cierto que para que los ingresos sean los idóneos y todos puedan verse beneficiados de las ayudas, es de obligado cumplimiento que el Ayuntamiento facilite, genere y apueste por gestar por actividades de ocio.
En un verano diferente, una gestión distinta. Eso la economía, el momento es tan complejo de definir cómo justificar que ésta debe prevalecer sobre la salud. Tampoco es eso, como que sea de manual frenar cualquier iniciativa que se quiera realizar. Como que tampoco es dejar pasar el tiempo dejando la sensación que al final los críticos se imponen por no saber comunicar que sí hay licencias, que sí hay que instalar ferias y que sí es bueno para la mayoría y para el visitante que El Puerto destaque ante tanta mediocridad. Contentar a todos es imposible, por eso hay que pensar en el bien común y general. La ciudad necesita como el comer el turismo y la cruda realidad es que es literal.
