Diversas voces llevan semanas exigiendo que se incluya en la agenda de la segunda cumbre EE.UU.-Corea del Norte que empieza hoy un asunto que se espera que vuelva a ser el gran ausente: la sistemática violación de los derechos básicos de los norcoreanos a manos del régimen.
La primera reunión del año pasado en Singapur entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente estadounidense, Donald Trump, dejó fuera la lamentable situación de los derechos humanos en el país asiático lo que llevó a diversas organizaciones y activistas a poner el grito en el cielo.
Esta situación previsiblemente volverá a repetirse en la cumbre de Hanói, en la que la prioridad de ambos países sigue residiendo en mejorar lazos y en sentar las bases para un proceso de desnuclearización del régimen de Pionyang.
"Un país que no respeta los derechos de su propio pueblo no respetará los de sus vecinos. Kim Jong-un viola los derechos de su propia gente, ¿por qué iba a hablar sobre el desmantelamiento de sus armas nucleares de manera sincera con el presidente Trump", clamaba este martes un grupo conservador surcoreano que se manifestó en Seúl.
En un tono más conciliador pero no por ello menos contundente han hablado asociaciones de derechos humanos como Human Rights Watch (HRW).
"Corea del Norte es posiblemente el peor Gobierno del mundo hoy en día en lo que se refiere a abusos de derechos humanos, por lo que cualquier diálogo con Kim Jong-un no debería dejar el tema de los derechos fuera de la mesa", indicó semana en un comunicado el vicedirector para Asia de HRW, Phil Robertson.
Robertson volvió a denunciar el uso generalizado "del trabajo forzoso e infantil, de la supresión sistemática de la libre expresión y de la sociedad civil, y de los gulags que retienen a decenas de miles de personas en zonas montañosas".
Pero ante todo defendió que la única manera de medir si Pionyang está dispuesto a abrir la puerta al cambio para acabar siendo reconocido como miembro de pleno derecho de la comunidad internacional es incluir los derechos humanos en la agenda, y construir así un diálogo bilateral "sostenible y en profundidad".
De la misma manera se pronunció en Seúl en enero el relator de la ONU para la situación de los derechos humanos en Corea del Norte, Tomás Ojea Quintana, que instó a la comunidad internacional a no ignorar la mejora de derechos básicos de los norcoreanos durante el actual proceso de diálogo y acercamiento con el régimen.
El abogado argentino se apoya en la nueva información que continuamente va recabando al entrevistar a desertores norcoreanos y que no hace si no confirmar lo que recogía un desgarrador informe de la ONU de 2014.
Este texto revelaba crímenes contra la Humanidad como "exterminio, asesinato, esclavitud, desapariciones, ejecuciones sumarias, torturas, violencia sexual, abortos forzosos, privación de alimento, desplazamiento forzoso de poblaciones y persecución por motivos políticos, religiosos o de género".
El relator ha destacado que firmar acuerdos de paz o de normalización de relaciones con Pionyang sin incluir compromisos en la mejora de los derechos humanos beneficiará a todas las partes menos a la más indefensa y necesitada, la población norcoreana, además de legitimar de facto los abusos del régimen.
Pero basta ver la reacción de Pionyang a los comentarios de Ojea o a un demoledor informe de HRW de 2018 que documenta como nunca antes la violencia sexual que sufren a diario las norcoreanas, para entender que el régimen no tiene la más mínima intención de hablar sobre lo que tacha de "mentiras" para boicotear el actual diálogo.
Muchos analistas sostienen que la prioridad número uno para el régimen sigue pasando por garantizar su supervivencia y estabilidad, o lo que es lo mismo, perpetuar el control absoluto que mantiene sobre el país manteniendo las fronteras selladas, y a la población completamente subyugada y tremendamente aislada del exterior.
Si es así, todo apunta a que los norcoreanos de a pie volverán a ser los grandes olvidados en una cumbre Corea del Norte-EE.UU., y a que la cita acabará suponiendo otra histórica oportunidad desperdiciada para cambiar la deplorable situación en la que viven.