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Arcos

El simbolismo de Jesús sacramentado

La Custodia con Jesús sacramentado recorrió el casco antiguo con el fervor del pueblo y las hermandades

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La festividad del Corpus Christi se trasladó a las calles de Arcos para dar al pueblo una nueva lección evangélica de la mano de Su Divina Majestad.


A las diez de la mañana tuvo lugar la solemne eucaristía en la Basílica Menor de Santa María de la Asunción dirigida por el párroco de la misma, Domingo Gil Baro, quien más tarde no podría acompañar al Santísimo por un repentino desfallecimiento, quedando suplido por el sacerdote arcense Pedro Antonio Lozano Ramírez. Este suceso no fue óbice para que el paso que portaba la Custodia lograra salir en procesión y culminar el recorrido oficial bajo las habituales muestras de religiosidad popular. La procesión estuvo acompañada de la banda municipal de música Vicente Gómez Zarzuela, de numerosos cofrades en representación de sus hermandades, del Consejo Local de Hermandades y Cofradías, de la asociación parroquial de María Auxiliadora y de la Corporación municipal bajo maza.


Este año las hermandades de las Tres Caídas, Prendimiento y Nazareno montaron sus respectivos altares en las calles. La primera, como hecho novedoso, montó una preciosa alfombra de sal en el colegio Las Nieves simbolizando el cáliz que guarda la sangre de Cristo. Además, la colaboración vecinal hizo que varias calles del recorrido lucieran una auténtica alfombra de romero, como también algunos vecinos mostraron adornos en sus balcones y fachadas. Todo ello unido a los exornos propios de la recreación del Arcos Medieval dejó un hermoso contraste en las calles del casco histórico.  Otra imagen del recorrido fue la presencia de las religiosas mercedarias asomadas a las ventanas de su convento para recibir la llegada del Señor sacramentado.

El Corpus, según el Consejo de Hermandades y Cofradías

"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna". Estas palabras del evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística que celebramos en esta solemnidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muerte. El libro del Deuteronomio (1L) evoca el paso del pueblo por el desierto.


Este memorial tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha. Así como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la suerte humana. En verdad, Dios es amigo de la vida y no odia nada de cuanto ha creado. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna (EV). Participando todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2L).


Nos encontramos pues de frente al maravilloso misterio de la presencia real de Cristo en el Eucaristía. El catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el número 1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real´, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales´, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39). No es, por tanto, una simple presencia simbólica, sino una presencia real. En el sacrificio de la Misa ha tenido lugar la transubstanciación: el pan se ha convertido en el verdadero cuerpo de Cristo y el vino en la verdadera sangre de Cristo.

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