Es el contraste absoluto: ¿se puede estar más solo rodeado de tanta gente? Las calles rebosantes mientras Él, solo y cansado, esperaba el momento de su crucifixión... ¿Qué más podría pasar? El Señor lo sabía: quedaba el tormento de los martillazos sobre sus manos y pies, quedaba la esponja empapada en vinagre, quedaba la lanza clavada en su costado, quedaba asistir al sufrimiento de su Madre, desconsolada. El Señor dejó atrás a sayones y romanos y se sentó a esperar lo inevitable… tan solo quedaba morir asfixiado en la Cruz.
Así llegó el Jueves Santo, el día de la Cena del Señor, asomando desde la Capilla de Nuestra Señora de la Aurora, junto a la Iglesia Mayor Prioral. El pueblo estaba al tanto de lo que sucedía y quiso acompañar masivamente a esta Hermandad que comienza a despertar de un breve letargo. La fe mueve montañas.
La agrupación musical portuense que lleva Su nombre acompañaba al Cristo humilde y paciente. El cortejo, morado y blanco, sentía que tenía que estar allí junto a Él. No estás solo ahí arriba, todos estamos contigo en cada centímetro que recorras de las calles de El Puerto. José Bohórquez y Francisco López comandaban el paso de Misterio que lucía sencillo e imponente con rosas rojas y detalles lilas. La estrecha puerta de la Capilla pareció ensancharse y la Marcha Real sonó para Él.
Nazarenos y nazarenos salían del coqueto templo hasta que Nuestra Señora del Desconsuelo nos hizo vibrar. La Banda de Música Santa Cecilia de Lebrija acompañaba a la Señora. María iba con su Hijo, no quería dejarlo solo. Contempló y experimentó el horror de la injusticia que se estaba cometiendo, pero Ella no flaqueó, se secó sus lágrimas y esperó, esperó, esperó. La espera se hizo un poco más leve mientras Juan Reboredo y Miguel Sánchez guiaban el paso de Palio por el centro de la ciudad.
El Desconsuelo trocó en esperanza y quedaba patente en el rostro de María, que recordaba las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.