Rafael Serrano Pulido ‘El Periche’, de 84 años, sacó adelante a su familia en la posguerra dedicándose al furtivismo de caza menor en la comarca sevillana de la Vega, un llano donde es casi imposible esconderse, haciendo gala de un ingenio que le ha convertido en el último de su especie.
Vecino de Carmona, ‘El Periche’ ha ejercido el furtivismo durante más de medio siglo, desde que tuvo uso de razón hasta casi cumplidos los setenta, y cuando se le pregunta cuántas veces lo pilló la Guardia Civil, exclama con orgullo: “Nunca”.
Gracias a su inteligencia natural, a que sabe leer la hora en las estrellas -siguiendo a ‘Matagañanes’, que es como en Carmona designan a Venus- y a una vista prodigiosa que le permitía cazar de noche, ‘El Periche’ ha sido capaz de matar cuatro o cinco perdices de un solo tiro en una noche cerrada, cazar a lazo liebres y conejos, codornices con red y pájaros ensartando alpiste en costillas.
Muy de niño, ‘El Periche’ aprendió que la liebre come junto al hocico de la yegua para evitar a las águilas; que cuando el búho ulula, el conejo sale; que cuando la liebre se para a comer, las tórtolas bajan del árbol; que, en definitiva, todos estos animales codiciados en épocas de hambruna viven en comunidad y se avisan unos a otros de cualquier peligro.
‘El Periche’ lo explica de manera más concisa: “Querencia de perdices, lebrato muerto”, un dicho que aprendió cuando se dio cuenta de que una misma liebre puede pasar a la misma hora por el mismo sitio todos los días y, cuando la liebre falla, es porque la Guardia Civil ha pasado antes, con lo cual hay que regresar a casa con las manos vacías.
“Carrera furtiva”
Tras unas gafas oscuras con las que oculta el ojo que perdió por el disparo de otro cazador en un ojeo, ‘El Periche’ explica cómo en plena noche, en una laguna seca y con algo de luna, una liebre “se ve como un segador cansado”. “Una vez, de un solo tiro maté dos liebres; disparé sobre la que veía y, cuando me acerqué a cobrarla, oí los chillidos de otra, miré en un matojo y allí estaba, con plomos del mismo cartucho; eso se lo puedo contar a usted porque toma apuntes, pero si lo cuento en el pueblo me toman por loco”, cuenta.
Su “carrera furtiva”, como él la llama, cobró alas el día que un herrero le soldó a una escopeta reventada los cañones de otra escopeta inservible, cosa que, por error, hizo al revés, con el punto de mira soldado hacia la culata y la parte de dentro hacia fuera.
A la pregunta de ¿cómo se esconde uno en un campo pelado?, ‘Periche’ responde que “te tumbas boca abajo en un surco y no te ven ni pisándote. La cara de noche brilla como un espejo, y hay que esconderla”. “Si quieres una enciclopedia, esa es la noche”, sentencia ‘El Periche’, quien ha cazado con una alcuza a la que le puso dos mechas, luego con un carburo y posteriormente con una pequeña batería eléctrica a la que conectó una lámpara.
‘El Periche’ tiene alma de ecologista, y eso se le nota cuando sentencia que “la cacería es para las emergencias”, o sea, para combatir el hambre o para salvar a un hermano de una tuberculosis, como hizo comprando las medicinas para su hermano con el dinero de vender las perdices que cazaba.
En los primeros años 50 le fue muy bien porque, según cuenta, la mujer del gobernador tuvo el antojo de comer perdiz a diario, con lo que la Guardia Civil hizo la vista gorda incluso en periodo de veda para que ‘El Periche’ depositara el fruto de sus correrías en una venta por la que luego pasaba el coche oficial en busca de los pájaros.
El cazador y escritor sevillano José Riqueni Barrios ha recogido durante veinte años todas estas historias de boca del viejo furtivo y las ha ordenado en el libro El Periche. Confidencias de un furtivo de la posguerra.
Riqueni ha señalado que ‘El Periche’ es heredero de la picaresca, “un buscavidas, un maestro del enredo y un virtuoso del disfraz”, y un hombre preocupado por los productos químicos que han acabado con pinzones y jilgueros.