Observaba la puesta de sol y empezaba a amanecer la noche. Caminaba hasta Federico Rubio, el abuelo esperaba en el balcón, cuando bajaba, Pepe el del almacén. Nos unía el jamón en el papel de estraza, el pan todavía sabía a pan. Un nudo y a la bolsa, y luego otro.
Por el puente de San Alejandro ya atisbaba los focos encendidos del estadio, la escalerita de acceso a la Tribuna y acto seguido la visión del césped, y el olor. El olor a hierba mojada, a fútbol. En el calentamiento de los jugadores me fijaba como al percutir la pelota quedaba impregnada del rocío de la noche y ese césped, cuando el césped era todavía como las damas victorianas inglesas, inalterables en su virtud.
Las porterías eran unos arcos profundos, con redes a kilométricas distancia de la raya de gol, y los planteles que venían. Ese Español del genial rubio danés Lauridsen, el señor equipo del Xerez Club Deportivo, desde Ojeda hasta Mendoza, que club y que clase, siempre en caballero con el Racing Portuense.
Venían los hermanos del San Fernando y Sanluqueño, que decir de los isleños, con tantos adeptos que se desplazaban, aquellos que eran críticos feroces con su azul y blanco. Mi memoria se va a un gol de Germán de triunfo ante los jerezanos, un gol de trofeo.
Me adentro en el sepia, compruebo fotos de Lolo y Toni Grandes, capitanes del Real y Portuense, inaugurando el templo (cuanto te quiero Lolo, fundamental en mi formación humana).
Cuanta grandeza, qué hombres, qué duelos. Ésta semana volverá el catavino, con su solera, y nos beberemos de su fino la cuadragésimo primera edición con nuestro porteño y los cañaíllas, y algo más importante, vuelve Pepe
Masegosa. Eso son palabras mayores, me quitaré el sombrero ante la historia más reciente y bonita del Racing. El magisterio venido desde Sevilla. Y es que la memoria es selectiva y permanece en ella lo mejor.
Vuelve el Trofeo, en unas líneas juntamos pasado y presente, esperemos que también futuro.