Pero no. No es un remedo de 300, ni un remake de la gesta de Cortés, en su Troya de ultramar, y sí una conquista que el tiempo recordará con alegría, tal vez desposeída de su mentor y capitán, pero como el día en el que Jerez -Xerez-Sherry- se deberá decir, dio pasos hacia la modernidad y a la pérdida de ese clasismo -que no clase- del que se ha embebido por tanto tiempo al mercado y la crianza del vino. Sí señor, desde el último acuerdo del Consejo Regulador, se ha reducido de forma drástica -con dramatismo que no ofende- los mínimos de cantidad -que no de calidad- que este sector se había impuesto para atrincherarse detrás de su poder económico y defenderse de cualquier posibilidad de aire fresco que les pudiera traer un resfriado, tan arropados como de costumbre se encontraban en sus camas. Lo he leído en la prensa y me he alegrado como pocos con esta noticia. Ya no será necesario acumular en bodega hasta 500 botas de 500 litros para poder llamar al vino que se hace con uva de Jerez, se moltura en Jerez y se envejece y ennoblece en Jerez: Jerez. Hasta ahora, todos los que tenían estos requisitos eran cuneros. Para ser Jerez, el propietario debía acumular el ingente capital económico que permite dejar dormir por años 250.000 litros de vino... Esta novedad -en la que estimo que estriba la recuperación de un mercado caduco de forma endémica- puede atraer hacia este negocio a nuevos capitales con ideas y puesta en escena novedosa. Sin duda, la novedad ha llegado con la crisis y, habrá que decirlo, gracias a la nueva dirección del Consejo Regulador que, contra vientos y mareas está haciendo que el tiempo -tan necesario en la crianza- dé reposo a tanto fermento como se ha propiciado desde los de siempre, dentro y fuera del Consejo.
El Consejo Regulador de Jerez fue idea inicial de Ramón De Cala y Barea, en el primer tercio del siglo XIX. En su Revista Vitícola propiciaba Don Ramón la creación de una banca cooperativa creada con el respaldo económico de las tierras destinadas a la producción de Jerez y para lograr dar a estos vinos la calidad que ya desde entonces se le reconocía y corría riesgos de perder por movimientos especulativos. A día de hoy, este Ramón es el mentor de la progresía jerezana. Pues bien, después de más de un siglo de aquel planteamiento, fue precisamente el hijo del propietario de una banca privada, la Banca Diéz-Vergara (Calle Caballeros, donde la actual fundación Caballero Bonald), Manuel Díez Hidalgo -con intereses bodegueros familiares en Jerez y Sanlúcar y, habrá que decirlo, nuestro peor alcalde de la II República- quien se apuntó el tanto de crear el Consejo. Su mayor logro: expulsar de la producción a Chiclana, Rota, Trebujena, Chipiona y demás tierras extranjeras de propiedad mayeta...
Desde ahora, los de Jerez, con esta nueva normativa, tendrán cosas que tomar de otras denominanciones -Rivera- que, por evidente falta de capacidad y por la estructura minifundista de las tierras en las que basan sus explotaciones bodegueras, tienen bodegas de “garaje”, donde aquí las usamos de catedrales. Igual no viene mal esa cura de humildad. A la nueva situación se llega tras comprobar que las prácticas contra la competencia se resuelven -por lo general- dentro de oligopolios y que éstas resultan difíciles de establecer donde son muchos los llamados a la cena. Después de años donde las tácticas de mercadotecnia del sector no ha pasado de una extravagante carrera por bajar precios, hasta llevar a los de Jerez a precio de los espirriaques de las mejores cavas la nueva táctica será subir a los anaqueles novedades y variantes, productos escasos y por ello valorados por el consumidor. Si alguien se apunta, monto con él una bodega.