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Todo está ferpecto

Atrapados en las redes sociales

Dijo Tarradellas que, en política, se puede hacer todo, menos el ridículo. Complicado en estos tiempos de Facebook, Twitter e Instagram

Publicado: 01/08/2022 ·
19:36
· Actualizado: 01/08/2022 · 22:02
  • Macarena Olona. -
Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

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Josep Tarradellas, presidente de la Generalitar de Cataluña, primero en el exilio y desde 1977, una vez reinstaurada, dejó dicho que “en política se puede hacer todo, menos el ridículo”. Pero, claro, lo dijo en un tiempo en el que se podía fumar en cualquier sitio, los comunistas llevaban corbata, los teléfonos no cabían en el bolsillo del vaquero y, además, tenían cable, solo había un par de canales de televisión y se leía cada mañana una prensa con fotos en blanco y negro, sin infografías de colorines y letra hasta en el canto de las páginas.

Cuarenta años después, la tolerancia hacia el ridículo en la política es más laxa. Cosas de la revolución digital. Huelga decir que cualquier revolución no es necesariamente buena. Y que lo digital no es, en el mismo sentido, mejor. De hecho, atendiendo al modo que ha condicionado el discurso y la comunicación política, la revolución digital es terrible.

La irrupción de las redes sociales ha obligado, por un lado, a la sobreexposición de la clase política. De manera que los cargos electos u orgánicos han de opinar de manera permanente de todo. Y claro, patinan. Lo de Olonoa es paradigmático. La candidata de Vox a la Presidencia de la Junta de Andalucía criticó duramente la dimisión de Adriana Lastra, quien renunció a sus responsabilidades por prescripción médica. Embarazo de alto riesgo. Decisión personal que nunca debió cuestionarse al margen de que se haya tomado en una coyuntura interna del PSOE que la dejaba de patitas en la calle sí o sí. Unos días después, la propia Olona hecha mano de las recomendaciones de los facultativos para dejar la política andaluza y, precisamente, cuando está cuestionada en su partido por el desastre electoral el pasado 19 de julio. Twitter y Facebook se ha cebado contra Macarena. No es justo, pero es lógico: recibe el mismo trato que dio.

La tiranía de las redes sociales, por otra parte, han reducido a la mínima expresión los mensajes políticos. El debate se simplica hasta el punto de que cuaquier cuestión es abordada con un intercambio de lo que en la jerga se denomina zasca. No se razona, no se detalla el alcance de las decisiones de los gobiernos, el complejo funcionamiento de la actividad legislativa y la gestión de la administración pública. ¿Es aburrido? Sí, claro, pero las cosas importantes son aburridas.

Y, por último, y no por ello menos grave (e insorportable) es la necesidad que tienen los políticos de humanizar (ya me entienden) su imagen. En Instagram, uno ve a dirigentes con sus perros, cocinando cosas (que no comería ni aunque me pagaran) o con reflexiones personales muy rollo Mr. Wonderful (eso merece otro artículo) que son aplaudidas por la cohorte de fieles que, estoy convencido, pensarán en el fondo que son auténticas chorradas.

No hay marcha atrás. Los políticos son fiel reflejo de la sociedad. Llega el verano, por ejemplo, y las redes se llenan de fotos de piernas en la playa, de platos de chiringuitos, de gintonics con la puesta de sol en segundo plano, piscinas, barcos, y felices vacaciones por doquier. ¡Qué pereza! Será que soy mayor o tengo agriado el carácter, pero echo de menos a Carrillo a Felipe González y hasta a Hernández Mancha y los viajes en domingo a la playa en el Seat 127 sin aire acondicionado sin espacio para estirar las piernas.

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